viernes, 8 de agosto de 2014

IN MEMORIAM: MENAHEM GOLAN (1929-2014): "EL HOMBRE DE LA ‘CANNON’": POR RAYCO

El 8 de agosto de 2014 murió en su casa de Jaffa (Israel) Menahem Golan. Se nos ha ido un hombre fundamental para entender el cine de los 80; porque si en esa década arrasaron apellidos ilustres como Spielberg, Cameron, Zemeckis o Reitman o fue la época dorada de los slashers; también fue la década de los videoclubs y en esos mágicos locales nadie reinó tanto como la productora de Golan, The Cannon Group.
 
Menahem Golan nació 31 de mayo de 1929 en Tiberíades (Palestina, hoy Israel). Tras haber sido piloto en las fuerzas aéreas israelíes, marchó primero al Reino Unido para estudiar arte dramático y luego a Nueva York para aprender dirección cinematográfica. En los 50 retorna a su país y en 1964 se junta con su primo Yoram Globus para formar una productora.

Fueron unos años duros hasta que 1974 triunfaron con “Kazablan”.  Dirigida por el propio Golan y protagonizada por un talludito Yehoram Gaon, el Manolo Escobar hebreo, “Kazablan”  era un musical que versionaba “Romeo y Julieta”. Con esta peli lograron dos nominaciones a los Globos de Oro. Tres años después, Golam sería nominado al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa por “Operación Relámpago”, un cinta de acción basada en el secuestro real de un avión con Yehoram Gaon, el inquietante Klaus Kinski y la musa del erotismo al estilo “bésame o te machaco” Sybil Danning. Pero el pelotazo en taquilla les llegó en 1978 con la primera entrega de la saga “Polo de limón”, historia de chavales obsesionados con el sexo y claro antecedente de “Porky’s” y “American Pie”. La saga dejó ocho entregas y convirtió en actor de culto al gordito Zachi Noy.

Menahem Golan y Yoram Globus.

En 1979, Golan y Globus llegaron a EEUU y cantando aquello de “California, here we come” compraron por 500.000$ una pequeña productora, Cannon. Y como si de San Pedro se trataran sobre esa piedra construyeron su templo del cine chungo y ratonero.

La primera declaración de intenciones (y de hechos) de la Cannon fue “The Apple” (1980), una metáfora del Antiguo Testamento envuelto en un musical hortera, futurista y ambigua sexualmente (por ser amable) y que mezcla baladas moñas, música disco y temas intensos y trepidantes a lo Jim Steinman; además de un final de ésos que producen hilaridad, incredulidad e ira homicida a partes iguales.

Golan-Globus descubrieron que lo que quería la gente de los 80 era acción, y butacas con reposabrazos, pero sobre todo acción (confío en que Matt Groening no va a leer esto). Y pensaron: “eso de los ninjas no está muy visto en occidente”. Y luego se preguntaron: “¿quién mejor para hacer de Ninja que Franco Nero?”. Son de esas decisiones absurdas pero que molan porque, como todo el mundo sabe, un actor italiano de spaghetti-westerns y que venía de protagonizar una explotation italiana de “Tiburón” es ideal para hacer de ninja. Y así parieron “La justicia del ninja” (1981).

La saga “ninja” se convirtió en una plataforma para intentar lanzar a Sho Kosugi. El nipón ejerció de villano en la primera parte; en la secuela, “La venganza del ninja” (1983), se convirtió en el héroe mientras quería lanzar infructuosamente a su hijo Kane (¿te suena de algo, Will Smith?). Para la tercera entrega, “Ninja III: la dominación” (1984), Kosugi apareció en la última media hora para derrotar el espíritu de un ninja malvado que había poseído a una chica. El film mezcla elementos de “El exorcista” con momentazos como cuando a la chica casi se la traga su armario, ¿les suena?. Queda claro que en la Cannon sentían un total desprecio por la continuidad, como los cómics de DC.

El siguiente paso de la Cannon fue unirse al que sería uno de los pilares de la compañía, Charles Bronson. Coprodujeron la segunda aventura del arquitecto justiciero Paul Kersey, “Yo soy la justicia” (1982). En Paramount no le veían más futuro a las andanzas de Kersey, pero en la Cannon sí. Esta manía de comprar derechos de sagas moribundas sería una constante en su historia. El futuro de la saga pasó por darle el “toque Cannon”; esto no era otra cosa que aumentar el nivel de facherío y violencia a niveles risibles. A partir de ahora Bronson limpiaría las calles a bazokazo limpio si hacía falta como en “El justiciero de la noche” (1985), pues como debe ser. A mí me gustaría hacer lo mismo en un concierto de Pitbull o Abraham Mateo. El por qué llamaron en nuestro país a la peli “El justiciero de la noche” cuando es más diurna que sus predecesoras es de esas preguntas que me temo que no tienen respuesta.
En esta primera etapa se dedicaron a picar de allí y allá, sacando comedietas como “El último americano virgen” -1982- (que no deja der ser una especie de remake de “Polo de limón”); pelis insulsas de aventuras (“La dama perversa” -1983- ) y distribuyendo basuras “top” como “El tesoro de las cuatro coronas” (1983), aventuras italianas a lo Indiana Jones en 3D y con Ana Obregón (sí, Ana Obregón y 3D juntos, el horror); “El desafío de Hércules” (1983) o cómo Luigi Cozzi convirtió al mítico héroe griego en una explotation de “Conan” para mayor gloria de Lou Ferrigno y Sybil Danning; y la multiganadora de los Razzies “Bolero” -1984- , con John Derek mostrándonos lo buena que estaba su señora Bo acompañada de Ana Obregón.
A estas alturas ya ha quedado claro que Golam-Globus tenían mal gusto, peor criterio y aun peor olfato comercial.

1984 fue el año del despegue. Y eso que la cosa no empezó bien pues produjeron “El caballero verde”. En otro alarde de visión comercial, adaptaron esta historia artúrica con la misma dosis de emoción que las Páginas Amarillas y llenaron el reparto con viejas glorias como Trevor Howard y Peter Cushing, le sumaron un Sean Connery en horas más bajas que la valoración de los políticos y para hacer del prota, Sir Gawain, el director quería a Mark Hamill.  La Cannon, como si fueran los Charlotte Bobcats, en vez de fichar a Luke Skywalker ficharon a… Ator. Sí, Miles O’Keeffe y su inenarrable peluca fueron la cabeza de cartel por lo que no es de extrañar la hostia que se dieron en taquilla.
Pero el éxito estaba a la vuelta de la esquina. Y no lo consiguieron con ninjas, justicieros urbanos o héroes medievales. La clave estaba en darle a la muchachada aquello que estaba de moda y así nació “Breakin’”. La peli narraba la historia de una chica y dos chicos, que tras conocerse descubrieron su pasión común por el breakdance. Aunque vista hoy la película da cosa, fue el mayor triunfo del estudio. Costó poco más de 1 millón de dólares y recaudó en EEUU 38 millones, lo mismo que “Terminator”; y acabó en el “top 20” del año en la taquilla americana. Si el dato es bueno o malo lo dejo a su criterio.

Lo mejor es que generó una rápida secuela que posee el mejor título de la historia del cine, “Breakin’: Electric Boogaloo”. En ella, la protagonista que en la primera parte trabajaba en un restaurante de comida rápida y conducía una tartana, ahora es hija de un millonario. También mantiene una relación con uno de sus dos amigos de “Breakin’”, algo que ni se insinuaba en la misma. Su amigo gay desapareció de escena (un sueldo menos) y al otro protagonista, le buscaron una novia latina (por aquello de la diversidad cultural) con una voz en VO que recomiendo escuchar. La escena cumbre es cuando los protas montan un número de baile en un hospital, quirófano incluido en medio de una operación. En definitiva, obra maestra.
Pero el gran acontecimiento del año Cannon fue la unión con un actor marcial, de barba cerrada, rostro inexpresivo y con una ideología que convierte a Intereconomía en un canal de sucios perroflautas comunistas. La Cannon decidió que la guerra del Vietnam no había acabado y para acabarla mandaron allí a Chuck Norris, que estaba “Desaparecido en combate”. Rodaron dos películas simultáneamente que debían estrenarse en orden cronológico: primero Braddock las pasaba putas en un campo de prisioneros vietmanita; y luego, de vuelta a casa, sería enviado a Vietnam para liberar a sus compañeros.
Pero Stallone empezó a rodar “Rambo” y la Cannon dio prioridad a la aventura de rescate de Braddock y así, la que iba a ser la segunda parte se convirtió en “Desaparecido en combate” y la que iba a ser la primera pasó a ser “Desaparecido en combate 2”. Vamos que es una secuela que en realidad es una precuela. Eso es un regate y no lo que le hizo Romario a Alkorta.

Como los resultados en taquilla fueron buenos, la unión Cannon-Chuck siguió dejando joyas como “Invasión USA” (1985), con Chuck frenando una invasión de terroristas comunistas liderados por el gran Richard Lynch; “Delta Force” (1986), un remake encubierto y pasado de rosca de “Operación Relámpago” con un reparto que alternaba con total naturalidad a ganadores del Oscar como Lee Marvin, George Kennedy, Martin Balsam o Shelley Winters, con aportaciones europeas como Hanna Schygulla y Bo Svensson y para hacer de villano a todo un superviviente de la serie B como Robert Foster; y “El templo del oro” (1986), con Chuck haciendo de Indy porque matar comunistas, palestinos y vietnamitas también cansa.
En esos años de esplendor, la Cannon reveló un plan maligno que amenazaba con cambiar la humanidad, ganar el Festival de Cannes. Se pusieron a ello espoleados por los alemanes, que en 1984 le dieron el Oso de Oro a “Corrientes de amor”, la cinta que le produjeron al Cassavettes. Ese mismo año presentaron “Los amantes de María” de Andrei Konchalovsky a Venecia y obtuvieron buenas críticas.


En ese infructuoso asalto a la Palma de Oro usaron “El tren del infierno” (1985), la mejor película de la compañía y con la que obtuvieron tres nominaciones al Oscar y un Globo de Oro para Jon Voight. Detrás de la cámara estaba otra vez Konchalovsky, el ruso aportó a la Cannon sus dos mejores obras. No está mal de un tipo que luego dirigiría “Tango & Cash”. Por Cannes también pasaron con “Locos de Amor” (1985) de Robert Altman; “Otello” (1986) de Franco Zefirelli, que era una ópera filmada con Plácido Domingo; y “Vidas distantes” (1987) otra vez con Konchalovsky y un resultado bastante digno.
En medio de esa vorágine festivalera a nuestros primos favoritos se les acerco uno de los mayores vividores de la historia del cine, Jean Luc Goddard. Como buen vendemotos que es, consiguió un contrato para filmar una versión de “El Rey Lear”. Al igual que el primer contrato de Messi, dicho contrato se firmó en una servilleta, pero el resultado fue totalmente contrario. Goddard se pasó la obra de Shakespeare por la huevada y contó un rollo futurista post-Chenobyl que no servía ni para presentarla a Cannes.
No todo fue fracasar, el momento álgido de la Cannon se produjo en 1986, cuando la cinta holandesa “El asalto”, que ellos distribuían, se llevó el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Fue un triunfo menor e indirecto, pero algo es algo.

Pero volvamos a la esencia de la Cannon. Era el turno de explotar el filón de Indiana Jones y dieron luz verde a hacer una nueva adaptación (por decir algo) de “Las minas del Rey Salomón” (1985). Allan Quatermain volvía con el rostro de Richard Chamberlain y con la compañía de una Sharon Stone pre-cruce de piernas pero que ya iba de diva por el rodaje. Cuentan las malas lenguas que por ello sufrió una “lluvia dorada” indirecta por parte de la mitad del equipo de rodaje. Vamos, que antes de rodar la escena de la olla gigante se le mearon en el agua.
El director fue J. Lee Thompson, en su día nominado al Oscar por “Los cañones de Navarone” (1961) y que, tras su participación en las infames secuelas de la saga simiesca, se dedicó en los 80 a pegarse cual garrapata a Charles Bronson para asegurar su puente a la jubilación. Otros han hecho cosas peores con el mismo fin, mirad a Mercedes Milá.
En otra muestra de innovación, la cinta anterior y su secuela, “Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro”, fueron rodadas seguidas pero con dos directores diferentes. La secuela la hizo Gary Nelson, el hombre que metió a la Disney en el abismo negro con el ídem.
Y ahí seguían, sacando cosas como la secuela de “La matanza de Texas” (1986) e intentando  que nos familiarizáramos con los ninjas. En esta segunda intentona ninja impulsaron la carrera de otro ‘action hero’ de rastrillo, Michael Dudikoff  con “El guerrero americano” (1985), siendo eclipsado por el carisma de su compañero de cartel, el gran y malogrado Steve James. En el cartel de la película se leía esta frase: “el arte más mortal de oriente, ahora está en manos de un americano”, en el que es el mejor tagline de la historia del cine desde el de “Alien” (1979).

En su afán de diversificar, la Cannon se lanzó a producir películas infantiles. Si luchar por la Palma de Oro era raro, este giro era un doble mortal hacia atrás y con tirabuzón. Con el nombre de Cannon Movie Tales sacaron “Rumpelstiltskin”, “Blancanieves”, “La bella y la bestia” y así hasta nueve entregas de la dieciséis previstas, por lo que no es difícil de deducir que la aventura infantil fue un fracaso.

En 1985 compraron los derechos de la novela “Vampiros del Espacio” y la transformaron en “Fuerza Vital” con Tobe Hopper al mando. Publicitada a bombo y platillo fue un fracaso considerable a pesar de tener a Mathilda May todo el metraje en bolas. En vez de tomar nota de ello y relajarse, decidieron embarcarse en superproducciones en una idea tan audaz como ir de drag queen en el Valle de los Caídos un 20-N.

En 1987 la Cannon puso en marcha cuatro proyectos importantes y que fueron un sonoro fracaso. Al menos tres de ellos, porque el cuarto ni se llegó a rodar.
La Cannon había co-producido “Cobra” (1986), un éxito mediano de Sly. A Golan su trozo de tarta le pareció pequeño y se propuso rodar un éxito con el potro italiano en exclusiva. Y entonces cayó la primera ficha del dominó.
Stallone que no se fiaba nada de los “Go-go Boys” (apodo que les pusieron en Hollywood a Golan-Globus por su peligrosa tendencia a dar luz verde a cualquier proyecto mínimamente viable) y a cambio de firmar con ellos pidió un sueldazo (12 millones de dólares, “Depredador” –del mismo año-  costó 15). Golan estaba tan obsesionado que le dijo que sí a Sly en todo y además dirigió personalmente la película para que Stallone viera que el estudio estaba implicado a tope y de paso se ahorraba el sueldo del director, ya que Sly quería imponer a John G. Avildsen o a George Pan Cosmatos. Otra condición de Sly era que se rodara un guión suyo y de Stirling Silliphant, el hombre cuya discusión con el vendedor de fertilizantes Harold P. Warren dio lugar al film “Manos, The Hands of Fate” (1966), una de las pelis más chungas de la historia.


Así nació “Yo, el halcón”, que no es otra cosa que un “Rocky” camionero que se dedica a los torneos de pulsos con historia paterno-filial al fondo. Resultado: hostia terrible. Con la sangre saliendo a borbotones por la herida, la Cannon se la jugaba en los dos (en realidad, tres) grandes proyectos que tenían en marcha.
En su sana costumbre de comprar franquicias moribundas, le compraron a los Salkind los derechos de Superman. Los Salkind, tras “Superman III” y “Supergirl”, veían que las aventuras kryptonianas no daban más de sí. Pero Golan-Globus eran de los que tenían la temeraria e insana manía de abrir las puertas a cabezazos.

Contrataron al reparto original, tampoco les costó mucho dada la famosa voluntad mercenaria de Gene Hackman, el desorden mental de Margot Kidder y a Christopher Reeve le prometieron financiarle la pasable “El reportero de la calle 42” (1987). En cuanto al director, los dos Richard (Donner y Lester) dijeron: “no puedo, es que he medio quedado”. Y así cayó en manos de Sidney J. Furie.

De todos modos, había un pequeño problema sin importancia, faltaba la pasta para rodarla. Así se explican los lamentable efectos especiales (reconstrucción de Muralla China con rayos láser en todo lo alto) y que el guión original, que contemplaba la lucha de Superman con un clon, se transformara en una pelea casi barriobajera contra un hombre nuclear de rubia melena y porte gayer. Y a la vista de algunas escenas eliminadas que han visto la luz, la cosa pudo ser peor. Otro fracaso y todo pendiente del Príncipe de Eternia.

La tercera bala era una peli basada en los juguetes de Mattel “Masters del Universo”. Los Masters tuvieron el mérito de hacerse un hueco en la infancia ochentena pese a ser concebidos inicialmente como merchandising de “Conan, el bárbaro” (1982). Pero Mattel al ver la peli de John Millius, se desmarcaron del asunto, lo suavizaron y convirtieron a Conan en el ambiguo He-Man con su melenita rubia.
La fiebre de los Masters ya había pasado pero como el hombre es un animal de costumbres ahí llegó la Cannon para hacer la película. Tarde y mal, como Zubi fichando centrales.

El reparto tenía su aquel: Dolph Lundgren parecía un buen He-Man, Frank Langella era (y es) un actor muy solvente (Skeletor es uno de sus papeles preferidos); por el lado femenino estaban Chelsea Field y su culo (me alegro por Scott Bakula) y Meg Foster (con sus ojos-pecera) además de Christina Pickles y Courteney Cox unos años antes de ser madre e hija en “Friends”. Y también teníamos un gran secundario ochentero como James Tolkan. ¿Qué pasó?.
Pues qué la película era pobre en todos los sentidos. Como no había dinero para reproducir Eternia recurrieron al viejo truco de traerlos a la Tierra. Tampoco daba para hacer a Orko (que en realidad era propiedad de la Filmation y no de Mattel), pero como no podían renunciar al alivio cómico se inventaron a un enano peludo llamado Gwildor para hacer de caricato. La situación económica era tan chunga que algunos actores (Tolkan entre ellos) tuvieron que poner pasta de su bolsillo para acabarla.
De esta serie de fracasos que mataron a la Cannon, “Masters del Universo” es la más soportable pero tampoco recomendable. El fracaso comercial dejaba a la Cannon con un pie en el abismo y con el otro en el borde, pero de puntillas.
Lo curioso es que la confianza en la cinta era tal que tras los créditos Skeletor nos anunciaba que volvería y ya tenían en marcha varios aspectos de la pre-producción de la secuela. Todo ese material caía en el olvido. De momento.
Pero falta una cuarta superproducción, la puñalada invisible, el mayor “What…if” de la historia del cine (olvidaos de Tom Selleck e Indiana Jones). Llegamos al “Spider-Man” de Albert Pyun.


La Cannon compró a Marvel los derechos de Capitán América y Spider-Man. El primer director iba a ser Tobe Hopper, que andaba enfrascado en otros proyectos de la compañía; Joseph Zito (Josecito para los amigos) le relevó, que quería contar con un stunt, un tal Scott Leva, como Peter Parker; Bob Hoskins iba a ser el villano (luego pasaría a ser el Dr. Octopus en otra reescritura); Lauren Bacall o Katharne Hepburn como la tía May (gracias a Dios que no). Como si fuera Míchel, también sonó Tom Cruise para el papel de Peter.

 Zito se encontró con un guión demencial. Aprovechando el éxito de “La mosca” del Cronenberg, se pensó en trasformar a Peter Parker en una tarántula gigante que lucharía contra un científico creador de animales mutantes que quería dominar el mundo. Los gritos de Stan Lee todavía retumban por toda California. Lee propuso un guión más decente pero irrealizable tecnológica y económicamente hablando. Con el presupuesto menguando a cada semana que pasaba entra en escena el temible y entrañable Albert Pyun. El director hawaiano dotado de su peculiar sentido de la épica, tenía en manos una idea más estándar, lo que es de agradecer en un hombre obsesionado con las crucifixiones y los cyborgs con dominio del Kick-boxing, que era enfrentar al trepamuros con el Lagarto y tenían en marcha varios aspectos de la pre-producción. Todo ese material caía en el olvido. De momento.
El proyecto nunca vio la luz. Todo esto no sería grave si no fuera porque la Cannon ya había vendido la película a los distribuidores antes de hacer. Ese dinero lo querían para tapar los agujeros que había creado su contabilidad creativa (más aún que la de la central nuclear de Springfield), esperando que el éxito de las tres pelis comentadas antes ayudara a financiar “Spider-Man”.

El tiempo pasó, los derechos Marvel caducaron, los distribuidores que pagaron preguntaron “¿y qué hay de lo mío?” y la Cannon tenía menos liquidez que un equipo de Segunda B.
Pero ya sólo les quedaba soltar lastre con el nombre de “El guerrero americano III”, “Alien from L.A.” o “Desparecido en combate III”.
Con el fracaso y los acreedores aporreando su puerta, todavía les dio tiempo para lanzar una película de culto entre los fans del cine chungo y a otra nueva estrella del cine de acción.

Como las películas de bárbaros estaban en decadencia, dieron luz verde, como no, a una peli a mayor gloria de los hermanos Paul. Dos gemelos con la masa muscular inversamente proporcional a su cerebro y mullets estratosféricos. Así nació “Los bárbaros” -1987- (a la que toda una generación rebautizamos como “Los hermanos bárbaros”).

¿Por qué es de culto?. Para mí lo es por la escena en la que uno de los Paul rompe una cuerda con la fuerza de su cuello, porque Richard Lynch es el villano y porque es inquietante pensar qué se les pasó por la cabeza a Golan-Globus para contratar como director a Ruggero Deodato, el de “Holocausto caníbal” (1980).
Un buen día un joven belga dio con Golan y sin mediar palabra levantó su pierna hasta ponerle la suela del zapato a medio centímetro de la cara. Hay diversas teorías sobre dónde fue tal acontecimiento, unos lo sitúan en la calle, otros en el despacho de Golan y otros en un restaurante. Esa duda es el material con que se forjan las leyendas. El caso es que Golan quedó impresionado ante tamaña muestra de talento interpretativo y así surgió “Contacto sangriento” (1988), el primer papel protagónico de Jean Claude Van Damme. Como ven, el nivel de exigencia de Golan es el mismo que el de un ligue a las 5 de la mañana.

La unión Van Damme-Cannon tuvo continuidad de la mano de Albert Pyun. ¿Se acurden del material no utilizado de “Masters 2” y “Spider-Man”?. Pues Pyun lo cogió, lo recicló y lo transformó en “Cyborg”. Sin saberlo Pyun, Van Damme y cía estaban haciendo historia porque “Cyborg” fue la última película de la Cannon en la era Golan-Globus. La peli costó 500.000$ y recaudó 10 millones.

Eso era pan para hoy y hambre para mañana. En ese momento, el distanciamiento entre los primos era tan grande, o más, que el agujero económico del estudio. Como suele pasar en estos casos, el uno acuso el otro de la mala gestión y, como suele pasar en estos casos, ambos eran responsables al 50-50. El estudio acabó bajo investigación estatal ante tanto trapiche. Globus se quedó con la Cannon y se buscó unos socios europeos y Golan montó la 21st Century Films.
Globus decidió relanzar la Cannon haciendo un film sobre el baile de moda, al estilo “Breakin’”. Sólo que la moda ahora era peor, llega la lambada. Registró la palabra “Lambada” y tiró p’alante, nacía “Lambada, fuego en el cuerpo” (1990).
Golan, por su parte, compró los derechos de la canción porque “la canción representa el verdadero espíritu de la lambada, más que la propia palabra” Golan dixit. Olfato comercial poco pero como tocahuevos no tenía rival. Y así nació “Lambada, el baile prohibido” (1990).

Se inició una carrera absurda para ver quien estrenaba antes. Más absurdo fue el final porque ambas se estrenaron el mismo día con resultados penosos. Las dos películas son evitables si se quiere gozar de buena salud mental, pero para reírse es mejor “El baile prohibido”. El guión es un “WTF?” de principio a fin, y ver a Richard Lynch bailando lambada con Laura Harring no tiene precio.


Con su nueva compañía, Golan produjo una versión de “El fantasma de la ópera” (1989) con Robert Englund de prota; el digno remake de “La noche de los muertos vivientes” (1990) dirigido por Tom Savini; le dio el gusto a Pyun de intentar resarcirse de lo de “Spider-Man” al dirigir “Capitán América” (1990), cinta que se tuvo que montar sin terminar porque se acabó el presupuesto a falta de diez días para acabar el rodaje; y puso a arrastrarse a Charles Bronson/Paul Kersey en la quinta y telefílmica entrega del justiciero, “El rostro de la muerte” (1994). La 21st Century Film cerró en 1996 pero Golan siguió produciendo y dirigiendo ya entrado este siglo. Su último film como director fue una versión de “Crimen y castigo” (2002) protagoniza por Crispin Glover, Vanessa Redgrave y John Hurt.

En cuanto a la relación con su primo, pues finalmente hicieron las paces y llegaron a coproducir alguna película en su país. Es la mejor forma de acabar la historia de un hombre que amaba el cine, pero que no tenía talento para producirlo. Pero con acierto o sin acierto, Golan y su primo hicieron cine y a mí, personalmente, me han dado horas de entretenimiento y risas (casi nunca intencionadas).
Eternamente agradecido y descanse en paz.

Rayco.

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